1
Si la hubiera escuchado la vez que quiso hablar conmigo, si la hubiera invitado más de seguido, si los días no hubieran sido tan cortos y las noches tan largas, si yo no hubiera estado tan ocupado en mí, olvidando a los otros, si hubiera encontrado los dulces y la carta, si hubiera tenido el valor de abrazarla en los tiempos malos, si el horizonte no se hubiera fragmentado de improviso, acabando con lo bueno que había; si tantas cosas hubieran sido diferentes, yo no estaría aquí, llorando la ausencia, como superviviente de un adiós.
2
Si hubiera callado antes de hacerla sentir mal, si hubiera comprendido (en la medida de lo posible) el peso que la ataba a la cama, que la hacía hundirse en el colchón como si fuera un yunque, si hubiera notado la cantidad de tristeza que inundaba su cuerpo en días soleados, cuando todos la invitábamos a salir, si hubiera entendido que los silencios eran señales de un pesar muy grande, que sus miradas al vacío tenían secretos dolorosos y que alrededor de su cabeza flotaban nubes que cortaban su horizonte quebrado; si me hubiera puesto en sus zapatos, un día antes, ese sábado tan calmo en que el resto salió a cine y ella se aprisionó como siempre, no estaría yo aquí, mirando retratos que nunca le harán justicia a lo que tenía que decir su escasa pero sincera sonrisa.
3
Si ella estuviera aquí, le diría lo que no pude, que ambas sufríamos por igual, acostumbradas a la desgana, a la noción de no estar haciendo nada bien, la invitaría a que saliéramos al parque con Gabriel y Verónica. Si estuviera aquí, le propondría que llamara a su mamá, para que se reconciliaran. Si estuviera aquí, la convencería de que no era «inútil», como siempre solía decir en broma. Si estuviera aquí, intentaría meterme en sus zapatos para sentir un poco de la bruma que rodeaba sus días enteros.
4
Si tan solo hubiera pateado más, si la cuerda se hubiera roto, si hubiera decidido hablar con la trabajadora social, si mis hermanos hubieran descubierto la carta, si no me hubiera recluido, si hubiera aceptado salir con Gabriel o con Verónica o con Sara, si hubiera ido al hospital, si me hubiera interesado un poco más en mi salud, si hubiera creído más en mí, si los otros hubieran intentado hablar conmigo, si me hubiera levantado de la cama (pero en serio pesaba tanto), si el horizonte no se hubiera quebrado de forma tan abrupta, como rompiendo con todo lo que se me hacía bueno; si hubiera pensado en otras soluciones, no estaría aquí, atrapada en este cajón tan frío y oscuro, en una procesión lenta y angustiosa, escuchando en boca de familiares y cercanos lo que hubiera podido ser, lo que ahora no es más que un cúmulo de quimeras fallidas, deseando no haberme ido, tan solo haber dejado de vivir así, sufriendo.
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