martes, 28 de abril de 2020

No avisen al electricista en caso de apagón

Coincidían en su inclinación histórica por la cerveza, pero no en la marca. Esta disyuntiva gustativa los hacía alternar, para contentarse mutuamente, entre dos terrazas, ambas enfrentadas al mar, por lo que la cesión no comportaba grandes sacrificios.

La consumían solos, los hijos escindidos del cuarteto familiar, aleteando intercontinentales. La consumían despaciosos, a sabiendas de que solo se permitían una diaria, que ni en los días de máxima seducción del sol tenían licencia para pedir otra. La consumían conniventes, conocedores de que el destino les había reservado reciprocidad convivencial asumida. 

Ella sí hubiera podido repetir de birra, pero su contención y su sentido de la solidaridad formaban parte del tratamiento. 

Algunos mediodías imprevistos, él se quedaba varado de ojos y actitud frente a lo líquido; una hipnosis axónica detenía su interacción con el planeta y propiciaba que su cerveza quedase apenas principiada.

Cuando sobrevenía ese pasmo, ella sabía que debía dejarlo así, estacionado en su propia vía muerta, pese a lo llamativo que resultaba esa metáfora humana de la quietud extrema en los habitantes de mesas contiguas. En ocasiones, incluso una baba clara se desplomaba de sus labios y sin intentar retornarle la comunicación con el ecosistema se la recogía con el mimo contenido en ese pañuelo de papel que nunca faltaba en el inventario de su bolso.

Al principio a ella le costó aceptar que su esposo, tan atlético, tan robusto intelectualmente, a sus 44, se viera señalado por el diablo del azar con aquella extraña variante de esquizofrenia. Tipificada como enfermedad rara, no se manifestaba a través de crisis alucinatorias o delirios, sino por irrupciones bruscas de ataraxia.

Pese a la imposibilidad de curación con el grado actual de conocimiento cerebral, tras una peregrinación por especialistas pesimistas, una precisión farmacológica había conseguido reducir frecuencia y duración de los episodios.

–Una sola. Está desaconsejado mezclar alcohol con esta medicación, pero el beneficio social de esa costumbre a la que aludes contrarrestará con creces las potenciales contraindicaciones. Solo una. Y sin exceso de graduación. 

Eso le trasladó en un aparte el neuropsiquiatra que había, finalmente, once años atrás, dado con el fusible que desconectaba lo neuronal de lo fisiológico. 

Febrero venía hoy con ganas de mayo. El mar balsámico, más cercano a lago en su vaivén. Charlaban sobre el Kraken ¿existirá?, especulaban. La lucidez del enfermo mental había perdido la solvencia de antaño y su argumentario se revelaba frágil. La cerveza, insolentemente fría, delataba su exquisitez por los anillos concéntricos que los sucesivos tragos dejaban en el interior de la copa. 

–Mi Kraken son los demás, pero ya sabes que he aprendido a desentenderme de sus prejuicios desasiéndome de los míos. Confiemos en que no se te apague hoy la luz, compañero. 

Y brindaron, lento, por lo inmediato.

Y él, motivado por alguna reminiscencia del monstruo pidió una de calamares. 

Y ella prorrumpió en una sinfonía de carcajadas imbatibles que atrajeron más atención colindante que cualquier desconexión.

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