Mañana, durante el desayuno, Silvia apurará un café frío ojeando los titulares de la sección de Sucesos. "Jesús bendito, a su padre, cómo está el mundo", pensará antes de pedir la cuenta. Lejos, en un autobús, un joven universitario desplazará con el pulgar las noticias que el sistema informatizado de su teléfono móvil ha seleccionado. Las mirará distraído, rumiando sin quererlo sobre el importante examen que se dispone a realizar, pero la palabra hacha captará su atención. "Joder", bisbiseará. Más tarde, un radioyente escuchará lo ocurrido en el boletín de las diez, y su propio comentario, "el mundo está fatal" (que pronunciará en voz alta pese a viajar solo), le impedirá oír la breve explicación del locutor.
A lo largo del día, el prejuicio irá desprendiéndose de la tinta del papel prensa, del código binario y de las ondas electromagnéticas, transformándose en otro ente aún más fuerte y peligroso. En su nueva forma, invadirá conversaciones y tertulias, protagonizará soliloquios en las redes sociales, indignará a diversos colectivos, que a su vez serán criticados por su indignación; "ya no se puede ni hablar", dirá alguien… Hasta que, finalmente, quede plenamente integrado, ya como estigma, en la psique social, con la rapidez de un virus que se expande en un sistema inmunitario debilitado.
Pero todo esto sucederá mañana. Hoy, el becario está abriendo la nota que acaba de llegar a la Redacción del pequeño medio en el que trabaja. Al leer "un esquizofrénico mata a su padre con un hacha", le viene a la memoria los habituales disgustos de su hermana, psicóloga de profesión, al encontrarse con lo que ella denomina "titulares sesgados". "Hombre, algo de relación tendrá", había dicho él mismo una vez. "Quizás, pero esa no es la cuestión, el problema es que se establece una relación causa y efecto inexacta y, en última instancia, prevalece la idea de que un enfermo mental es siempre peligroso", le había contestado ella. Al final del segundo párrafo del texto se señala que el agresor no estaba en tratamiento, y el becario recuerda a Cary Grant preguntando "¿Quién lee el segundo párrafo?" en His Girl Friday. Conservando la visión poética del oficio propia de los estudiantes, el joven se dice que, probablemente, ese puñal que es el prejuicio habría sido forjado en el fuego de la ignorancia, sin malicia alguna ni intereses ocultos, y lo único que él puede hacer es no seguir templándolo con golpes de indiferencia. Así que, a pesar de la premisa de ganarle tiempo al tiempo que atenaza el quehacer periodístico, decide contextualizar los titulares, obviar declaraciones vacías..., en definitiva, cumplir con la labor que considera le corresponde.
Y, horas después, en el repaso del día finalizado, el becario se queda dormido sintiendo la satisfacción del trabajo bien hecho.
Pero mañana, al percibir la expansión del estigma, maldecirá el poder de los titulares sesgados y sentirá una enorme pena al pensar que nadie lee el segundo párrafo.
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