Lo único fuera de lugar en ese museo eras tú y tu acelerado paso al caminar. Dirigiste la mirada hacia todos lados, en busca de aquello que habías perdido, cuando te percataste de las pinturas y comenzaste a observarlas. Con encanto llevaste tus manos por encima de los lienzos, realizando una danza por cada trazo. Pero de la nada, tu fascinación se convirtió en tristeza y te alejaste.
Volviste a la realidad con el sonido de tu reloj, que te recordaba que debías seguir buscando. Con ojos agudos, recorriste los pasillos sin éxito. Sabías que rendirse no era una opción y te dirigiste hacia el último lugar que te quedaba por revisar, pero cuando llegaste ahí... te paralizaste. A simple vista, sólo había un hombre admirando otra de aquellas obras. Sin embargo, tu pulso se aceleró y comenzaste a sudar. Sólo lograste reaccionar para cubrirte con tus brazos cuando una fuerte ráfaga trajo consigo una oleada de pinceladas que te mancharon por completo. Con el miedo, tus pies se entorpecieron y resbalaste, y tu mundo se apagó.
Despertaste en un jardín; inspeccionaste el entorno y te encontraste con tu reflejo, sólo que ya no eras tú. Tocaste tu rostro con confusión. Comprendías que te sentías y veías diferente, pero al mismo tiempo no se sentía extraño. Y en ese momento escuchaste tic-tac, tu reloj otra vez. Te levantaste para volver a buscar, pero empezaste a escuchar comentarios sobre tu "desastroso" aspecto a tus espaldas, así que te sentaste nuevamente y agachaste la cabeza.
—Por casualidad, ¿perdiste algo? —te preguntó repentinamente el extraño sentado a tu lado, a lo que tú demoraste un poco, pues no lograste verle el rostro, pero asentiste.
—¿Qué cosa? —dudaste, mas le respondiste—. Así que no lo recuerdas… —y no dijo nada más. Comenzaste a sentir ansiedad por el incómodo silencio y te preguntaste por si es que dijiste algo raro. Decidiste huir, pero...
—Bien, vamos a buscarlo —finalizó, tomando tu mano gentilmente, con su extraña familiaridad.
Buscaron juntos, pero tampoco tuvieron suerte. Miraste tu reloj y suspiraste ya sin energía. Entonces te diste cuenta de que se dirigía a aquel temible lugar y alcanzaste a retenerlo.
—¿Ocurre algo malo? —a lo que tú no respondiste—. Ahí no hemos ido —y lo sabías, pero te negabas—. Oye, no dejes que el miedo te impida ser feliz. A veces hay que ser valientes, sólo para darnos cuenta de que lo que nos asusta no es gran cosa. Confía en ti.
Entonces despertaste en el piso del museo, siendo tú otra vez. Te levantaste, miraste tus manos, aún pintadas, y las empuñaste. Comenzaste a correr hasta que llegaste al tumulto de gente, te abriste paso y lograste ver por fin aquella pintura. Con los ojos llenos de nostalgia, observaste el retrato. Llevaste tus manos a él y... cambiaste. Comenzaste a reír, porque lo encontraste. Le diste la cara a todos los que admiraban tu pintura, y con orgullo les presentaste El retrato de tu voz.
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