Miró la puerta como sin entenderla. Con su propia llave dio dos vueltas al cerrojo y las guardó con gesto mecánico en el bolsillo derecho del pantalón. Con la mano libre empujó lentamente la hoja de la puerta, casi con reverencia. El sonido del desplazamiento no le recordó nada, tampoco el zaguán que le recibió con un espeso olor a jazmín recién cortado. Se dirigió al patio en busca de recuerdos olfativos, reconoció el dulzón cítrico del magnolio, pero no su forma. Unos bancos de madera le llevaron a grandes jardines de grandes ciudades donde había leído a su amado Borges, discutido con compañeros de viaje sobre el exceso de su verbo y de su afán de mostrarlo. Lejos, lo llevó lejos. Seguía sin reconocer ningún rincón del jardín y nada le despertaba ningún rincón de su cuerpo, ninguna caricia, ningún daño. Nada.
Del otro lado sonaron unas voces, eran música desconocida a sus oídos; sabía que eran criaturas por sus gritos de alegría delante de cualquier acontecimiento. Mira, hay un montón de hormigas en el jardín, quieren entrar en el zaguán. Vamos a ponerles una barrera. Risas. Mira cómo se dan la vuelta. Más risas.
Están desorientadas, como yo, constató él sin tristeza. Decían que padecía demencia senil, pero su mente jamás había disfrutado de tanta salud, de tanta paz. El correteo de los infantes pisando los parterres mezclaban olores. Cerró los ojos y paladeó el instante de reconocer las fragancias; aceite del tronco de tomillo que ya ha perdido la flor, instante de felicidad del geranio eclosionado como la que transmite la hierba recién cortada, acre de ruda que ahuyenta las hormigas lejos de las rosas. ¿Tal vez no recordaba lo que había desayunado hoy para poder potenciar los sentidos? ¿La vida le había dado espacio en su mente para llenarlos de sensaciones? ¡Qué bello regalo!
¡Abuelo, abuelo! Un grito que le sacó de su discurso placentero. No le grites, dijo la niña con voz de persona mayor. La mamá dice que no le molestemos, que ya no nos conoce y se pone triste si hablamos con él. No me poneis tristes les respondió, pero ellos ya estaban en el pasillo persiguiendo al gato atigrado que se colaba en la casa cuando nadie le prestaba atención.
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