martes, 28 de abril de 2020

Cielo abierto

Durante cuatro días seguidos no había dejado de llover. El cielo nuboso y eléctrico dividía el universo en fragmentos que a duras penas yo era capaz de recomponer. Si soy sincera, era una de esas mañanas en las que todo te pesa demasiado, todo te hunde demasiado, te mastica y te digiere. Como meter un pie en el lodo espeso y oscuro. Sin razones, sin motivos. El agua caía y seguramente me desdibujaba del otro lado de la ventana. Una mancha. Un borrón y cuenta nueva, tal vez.

_ Puf. Y el día acaba de empezar _ dije, alimentando mi parte dramática. 

_ Me encanta la lluvia.

Me di la vuelta. Félix dejaba sobre la mesa una bandeja con el desayuno. Café cargado y tostadas de tomate y jamón. Una maravilla que, volviendo a ser sincera, me animó un poco. Me hizo sonreír. 

Se acercó también a mirar el diluvio. Parecía contento, repleto de toda la ligereza y energía con la que yo no me había levantado. Por un segundo lo envidié. 

_ Pues yo ya estoy harta. Los embalses están llenos, los campos verdes y el aire purificado. ¿Qué más quiere? _ pregunté, señalando con la mano la nubosidad monstruosa. 

_ Que te tomes el desayuno para empezar. Y después iremos viendo. 

_ Iremos viendo, iremos viendo... _ me burlé.

Desayunamos escuchando los truenos: una letanía lejana llena de protestas. La lluvia golpeaba los cristales. Dentro de la casa el café caliente me reconfortaba las palmas de las manos, la garganta. También ese espacio inclasificable que algunos llaman alma. 

_ ¿Qué opinas de mi salud mental? _ me soltó Félix por sorpresa.

Miré fijamente a mi padre. Hacía años había cogido la costumbre de llamarlo por su nombre. 

_ ¿Por qué me preguntas eso? Precisamente a mí. 

_ Por eso mismo. Precisamente tu opinión es la que más me interesa. 

_ Bueno. No tomas medicación como yo, así que entiendo que juegas con ventaja. 

_ Pues yo creo que te equivocas. Sí las tomo, solo que de otro tipo. Tomo pastillas para la hipertensión. 

Sonreí. 

_ Ya, pero no es lo mismo.

_ Claro que no. Son enfermedades distintas. A unos les toca una cosa y a otros otra. 

_ ¿Y a los que no les toca nada?

_ Seguramente tengan otro tipo de problemas no diagnosticados. La perfección no existe. 

_ Qué mala idea, ¿no?

_ Es que no es mala idea. Es la realidad, ¿comprendes? No hay que asustarse por ello ni salir corriendo en dirección contraria. Se identifica el contratiempo y se actúa. Eso es. 

_ Visto así... 

_ Visto así... _se burló él_ Termina el café, anda, que se enfría. 

_ Pues respondiendo a tu pregunta te diré que estás fatal. 

Mi padre rió. La nubosidad comenzó a disiparse lentamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario