Ariel está harto de que le digan loco: se levanta de su asiento, mete de malagana sus útiles en la maleta y sale del aula dando un tremendo portazo. Desde hace unos días, por estar hablando como un loro, desatendiendo los deberes e interrumpiendo las actividades de clase, el profesor de matemáticas le diagnosticó un severo trastorno de déficit de atención con hiperactividad. Desde entonces sus compañeros no han dejado de burlarse de él: si dice un chiste, loco; si levanta la mano, trastornado; si hace una pregunta, deschavetado. Al principio, hasta al mismo Ariel le ha parecido graciosa la situación, pero luego ha comenzado a sentirse rabioso y frustrado. Tanto así que no ha aguantado más y ha querido saber si es cierto que está tan enfermo.
Por eso, sale del aula y, percatándose primero de que el vigilante no está cerca haciendo su ronda, se sube por el enrejado del patio y se fuga del colegio. Cuando llega a casa enciende el computador y busca vídeos sobre su dichoso trastorno. Encuentra mucha información con la que se identifica, sin embargo, le parece tonto que por algunos rasgos de su personalidad más que jovial lo diagnostiquen con TDHA (como aprendió que se le llamaba su locura). Los vídeos que consulta lo llevan a otros que se refieren a diferentes trastornos descritos en un tal DSM5 y se entera, por eso, de que todos sus compañeros de clase están, incluso, más deschavetados que él: Mario, "el lindo", según el manual tiene un trastorno obsesivo compulsivo, porque piensa que se va a infectar de homosexualidad y que se le va a pegar lo gay. Analía tiene un desorden de regulación del temperamento causado por su síndrome disfórico premenstrual que eventualmente la obligará a matar a todos sus compañeros de clase. Lucas tiene que ser atendido con urgencia por su trastorno mixto ansioso-depresivo, pues cada vez que hay evaluaciones suda, se marea y todo se le olvida por causa de otro desorden neurocognitivo menor; todo lo cual le provoca, al muy desdichado, sus famosos trastornos de estrés postraumático, es decir, esas diarreas incontrolables. Y ni qué decir del pobre Toño cuyo trastorno de apetito desenfrenado le tiene la autoestima por el suelo y el cuerpo en aire como un globo.
Ariel continúa leyendo y diagnosticando a sus compañeros, pero la diversión se le termina al darse cuenta de que es considerado como un loco en potencia aquel que piense que los demás hablan mal de él en su ausencia, o aquel que, sin importar raza, edad o sexo, se apegue a creencias religiosas o mágicas o tenga supersticiones, o también, aquel que crea que los demás están en su contra o quién sea muy, muy ordenado. Hasta las manías y las tristezas están diagnosticadas. Eso le parece la peor de las locuras, y se aburre, porque al fin, la pataleta de enojarse, azotar la puerta del salón y escaparse del colegio no le sirve de nada más que para confirmar su desvarío.
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