jueves, 30 de abril de 2020

Diario de una chalada

Asique he decidido medir muy bien lo que cuento a partir de ahora. Porque estoy cansada. Cansada de que se me juzgue más que a otros por mi "afección". Bueno, realmente no es que me juzguen, es más bien sobreprotección, derivada de la desconfianza que genera el hecho de que padezca una enfermedad mental. Como si ésta me definiera, como si todo lo que hiciese fuese fruto de picos de locura. Como si no dispusiera de pleno juicio, como si mi razonamiento estuviese mermado por un trastorno.

Ten cuidado. 

No tomes decisiones ahora que es primavera y sabes que te afecta. Como el otoño. 

Date unos días para meditar, puede que estés siendo algo impulsiva. 

No sé si deberías… 

¿Seguro qué eso no va a alterarte?

Te noto nerviosa, ¿quieres tu ansiolítico?

Sabía que no era buena idea… no puedes tomar ese tipo de decisiones sola…

Mejor quédate aquí anda… el estrés de *cualquier situación* puede ser más perjudicial que beneficioso, no merece la pena arriesgar… 

Y un largo etcétera de un sinfín de frases paternalistas que no paro de escuchar por parte de mis padres, mi pareja, mis amigos, mis médicos… parece ser que un "loco" no tiene derecho de equivocarse o asumir riesgos por si le da un brote enajenación que afecte al equilibrio de su entorno. 

En el momento en el que te diagnostican cualquier tipo de enfermedad mental, y da igual si es una pequeña depresión o el tipo más severo de esquizofrenia, pasando por todo el espectro intermedio, te conviertes en un ser delicado. O en una bomba. Una bomba de esas que explotan si las tocas. Entonces te envuelven en papel de burbuja, cinta aislante, perfiles de espuma, chips de relleno y te meten en una caja de cartón nido de abeja. Para que no explotes. Porque todos sabemos que pasa si una bomba explota. Arrasa, y no se conforma con destrozar lo que tiene al lado, sino que se expande, creando un radio de destrucción considerablemente grande. 

Y por eso, hoy, después de contarle a mi mejor amiga que necesitaba retomar el contacto con un viejo amigo y escuchar los "no lo necesitas, sabes que no te conviene, solo estás pasando por una de tus fases y quieres hacer algo nuevo pero es una tontería"; de escuchar a mis padres hablar de mi a mis espaldas, dilucidando acerca de como me veían, si mi voz era distinta a otros días, si mi mirada estaba más o menos perdida, etc.; de que mi novio me volviera a mirar como quien mira a un cervatillo desvalido… he decidido tomar mis decisiones en silencio. 

No quiero más compasión, más condescendencia. Tampoco que sigan hablándome con el miedo de romperme como a un vaso de sidra con solo rozarlo. 

No soy mi trastorno. Soy yo. Y pienso empezar a vivir en sintonía con mi alma, y darle la importancia que merecen mis disparates mentales, porque no me parece correcto no asumir mi oficio de "loca". 

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