lunes, 27 de abril de 2020

La Deuda

La Luna presenciaba la escena donde Manuel, acurrucado entre arbustos se escondía de sus perseguidores. Allí llegó sin saber los caminos que había transitado, el miedo y la angustia a la muerte le hizo correr sin dirección desde una de las calles del pueblo en la que al ver asomar un hombre esbelto de traje gris, corbata con camisa blanca y zapatos de marca, adivinó que venía a por él, no era más que la certeza de todo aquello que en los últimos meses había sentido como mensajes extraños, raros, que fueron apareciendo el día de la Comunión de su hijo José, un 24 de mayo del 2019. Todo sucedía con normalidad hasta que el cura alzó el cáliz y vio al Cristo que presidía el retablo; una voz grave le dijo que los acreedores a los que había solicitado un préstamo dos meses antes para hacer frente a los gastos del evento, tomarían su venganza si la deuda no era saldada en breve periodo de tiempo.

Unos días después empezó a percibir que algún que otro ciudadano que se cruzaba, adivinaba lo que le rondaba en la cabeza, los seis mil euros que tenía que devolver con intereses al banco en sucesivos pagos a lo largo de seis meses. Manuel hombre poco estudiado pero sencillo, sensato y con sentido común no daba importancia a esas sensaciones, "no puede ser", eso es imposible", "nadie conoce que he pedido un préstamo", sin embargo y sin darse cuenta, aceleraba el caminar para volver a su casa y sentir la seguridad del hogar en compañía de sus hijos e Irene. 

La calle empezaba a crearle inseguridad y temor. Sin saberlo su salud mental empezaba a difuminarse.

El día de San Juan durante las hogueras, cuando todo el pueblo festejaba y pedía sus deseos en la playa, Manuel oyó de nuevo una voz grave, profunda que le increpaba y amenaza "vas a morir", "vas a morir". Irene vio que Manuel se mantuvo callado un buen rato, cuando hasta ese momento había bromeado y charlado con sus vecinos, lo llamó para ofrecerle una cerveza pero Manuel se levantó y enfiló la orilla para bañarse. Quería dejar de oír esa voz que le martilleaba. 

En los días siguientes las sensaciones de ser observado sin discreción por aquellos con los que se cruzaba eran evidentes, ya no miraban de forma disimulada sino fijamente y eso le hacía sentirse desnudo "saben lo que pienso". ¡Que sensación tan agobiante!, porque aquí y allá, allí donde fuera, cruzando de acera, cambiando de dirección, seguía sintiéndose vigilado por hombres con traje bien vestidos. Eran los enviados por el banco para saldar la deuda con su vida. 

Pasado el estío, Manuel percibía a su paso miradas y comentarios de sus vecinos, era el estigma derivado de todo aquello que se hizo público en los días del ingreso. Afrontaría su futuro como si nada hubiese pasado. Sería Manuel, el de siempre.

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