sábado, 25 de abril de 2020

Reina del Desierto

Hoy a la mañana, justo cuando abrí la ventana, cruzó una paloma y recordé a Palomito, un muchacho de mi barrio. Paraba siempre en la esquina de la Iglesia, en el cruce de las dos avenidas. Conocía a todos y todos lo saludaban, y él se quedaba ahí, y pedía algún peso para comer. Entonces los vecinos, que lo querían mucho, le daban un billete de diez, y él no lo recibía. "No, sólo un peso, nada más" y no aceptaba dinero más que para comer. Vivía en varios lados, dormía en tantos otros y siempre andaba con bolsas donde llevaba sus cosas. Uno podía encontrárselo prácticamente en todas partes, y él siempre tenía una sonrisa para todos. ¡Claro que tenía familia, cómo no iba a tener! Pero él no quería vivir con ellos, y ellos habían aprendido a dejarlo en paz. Algunos decían que tomaba alcohol, pero yo nunca jamás lo ví tomar una sola gota, ni tener olor a alcohol. Jamás una incorrección con la gente, jamás pasarse de listo con nadie, jamás un gesto de mala educación. Él quería a todo el mundo, y respetaba a todo el mundo. Nunca iba desharrapado ni mal vestido, llevaba ropa que seguro le daban en la Iglesia, gastadita pero correcta. Nunca sucio. Algún problema tenía el pobre, algo que no se diagnosticó en su momento, quién sabe. Era, como muchos dirían, "un loco lindo", si es que para estos casos hay linduras. Una noche de frío murió solo, en el ranchito en donde vivía. Lo encontraron así. Y lloramos todos. Y la Municipalidad le hizo un mural cerca del puente, para que nunca nos olvidemos de él. Porque las redes de amor que la sociedad puede tender (en vez de las de odio, discriminación o desprecio), las redes de amor son más fuertes que nada. No curan, pero sostienen, como lo sostenían a Palomito, cuyo nombre verdadero nunca sabré, pero siempre lo llevaré en mi corazón. Nos quedó otro caso similar, un poco más grande de edad, que un día, de joven, tuvo una crisis y bueno, se perdió. Recorre incansablemente las calles del barrio, llevándose las flores de los jardines y haciendo un ramo, todas las tardes, haga frío o haga calor. Para él no hay pandemia ni barbijo, no sabemos qué pasó con la madre que lo cuidaba. Todos lo saludan, él va pensando quién sabe qué...Lo miramos todos, lo cuidamos todos. Y así es como deben ser las cosas, creo yo...Con el corazón!. Nadie puede reemplazar un tratamiento médico, como corresponde. Pero el sostén que la sociedad puede dar, es tan vital como respirar. Y cuando el amor sea más fuerte, entonces sí podremos entre todos cuidarnos como humanos que somos.

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