Mi padre nos reúne una tarde de domingo para charlar sobre la situación actual, los planes a futuro y las tareas que se le asignará a cada uno de ahora en adelante. Los tres hemos crecido buena parte de nuestras vidas con personal en casa: no teníamos que lavar, limpiar o cocinar. Ni siquiera sacar la basura. No somos de clase alta, pero nos hemos dado varios lujos.
Es difícil afrontar un cambio tan abrupto, tan pronto. Aun así, todos asentimos con la cabeza ante sus planteamientos, que tampoco son descabellados: la casa es grande, por lo que hay que dividirse las áreas comunes y designar los días de limpieza con el fin de no abrumarnos demasiado rápido. También propone actividades en común, momentos de lectura y desconexión del móvil y charla. Sobretodo charla, que en la vida normal es más o menos una carencia.
Expone cada punto como si supiera usar el PowerPoint y de cuando en cuando pide opiniones, y en general vamos todos en la misma página. Todos menos mi hermano.
Con la cabeza gacha y la voz queda, dice que no, no está de acuerdo. Mi papá lo ve, le pregunta con qué discrepa. Lo hace en un tono autoritario pero calmo, con buen porte, sin exaltarse. Mi hermano dice que él no cree necesario el espacio a la lectura y que no entiende por qué ha de lavar lo de todos si no lo ha usado él.
Mi papá es mayor. Sesenta y seis, para ser exactos. Viene de una época en la que cuestionar lo que te decían los mayores no se consideraba una opción. Aun así, se detiene a explicarle por qué lo piensa importante en vez de reducirlo al simple "porque yo lo digo".
Pero mi hermano no cede.
No siempre fue así. Ahora no grita hasta que lo hace. Encierra la cabeza en sus brazos y baja el volumen hasta que es casi imperceptible. No dice mucho. No dice nada. Cree que estamos en su contra (que el mundo entero lo está), que lo hacemos para fastidiarle. Nosotros compartimos un vistazo en silencio, pero todos estamos pensando lo mismo: en cualquier momento va a explotar. Gritará y llorará y tal vez incluso lance algo. Se herirá él o al resto.
Ignoramos el cuándo.
Mi hermano es muy inteligente. Tiene el coeficiente intelectual un poco más alto que la media. Es creativo, bueno con las artes manuales, las musicales y las actorales. Uno de esos niños prodigio que ves en las noticias. Si fuéramos a apostar por alguien en la familia, ese sería mi hermano.
Pero el trastorno explosivo intermitente es más grande. Mas aún cuando la atención médica va tan limitada, cuando hacen días de la última vez que pudo comprar la medicina o ir a terapia. Mi hermano es bueno. No solo en lo que hace, sino con sus intenciones. Es cariñoso, expresivo, bueno. Nos quiere y nos quiere bien.
Pero el trastorno explosivo intermitente es más grande.
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