martes, 28 de abril de 2020

Un regalo de Navidad

Amparo miró el reloj sobre la pared de la cocina. Estaba a punto de empezar la tarde y ya tenía toda la casa hecha, incluidos los platos y las ollas después de haber comido. Sola. Como hacía cada día desde que se murió su Pepe. Iban a dar ese programa del demonio que veía toda la gente de su edad. A ella no le gustaba, pero lo ponía igualmente para tener algo de lo que hablar con Paqui, la pescadera, la mujer que más palique daba de las que ella conocía.

Tenía que hablar con los demás, eso le decían todos, desde su hijo hasta su doctora. Resultaba agotador. Siempre era ella la que debía buscar tema para hablar con los demás, la que debía interesarse por ellos, pero nadie se ponía su serie para comentarlo con ella. Amparo se lo ponía de fondo antes de acostarse en la cama y le prestaba atención solo hasta que el sueño le vencía y se quedaba dormida. Nunca se cansaba de dormir. Le servía para que Paqui pudiera ponerla un poco al día y contarle lo que se había perdido.

A la mañana siguiente fue a comprar langostinos. Aunque todavía era pronto para hacer la compra de Navidad, pero luego los precios se ponían por las nubes. Amparo prefería comprar pronto y congelarlo.

—Este año tiras la casa por la ventana, Amparito.

—Es que viene mi hijo con mi nuera y los niños a pasar la Navidad —explicó Amparo, con pocas ganas. Le hacía ilusión que la visitase su familia. O eso pensaba. No lo sentía como debía.

—Pues eso está muy bien.

Llegaron el veintitrés por la tarde, muy cansados. Se quedarían hasta después de Reyes. Todas las fiestas con ella. Era motivo de gozo, y sin embargo no se sentía dichosa.

Compró un par de juguetes para cada uno de sus nietos y el día de Nochebuena pasada la medianoche, cuando ya estaban durmiendo, los colocó bajo el árbol de Navidad que habían puesto aquella misma mañana los niños. Su casa decorada era bonita, pero hacía tiempo que le daba igual si la casa estaba bonita o no,

—Mamá —la llamó su hijo cuando terminó de colocar los regalos.

La mujer se sentó en su mecedora.

—Almudena y yo vamos a ver un par de casas por la zona para venirnos a vivir en primavera. Cerquita de ti.

La sonrisa que se dibujó en los labios de Amparo fue la más real y sentida en mucho tiempo.

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