lunes, 27 de abril de 2020

Un paseo por el prado

Odette se levantó de su cama y estiró las piernas. Apoyó los pies en el piso moqueteado y se calzó sus coquetas zapatillas color rosa. Caminó hasta el espejo del baño y su clon, arrugado y canoso, le devolvió esa sonrisa exquisita de siempre. Era de avanzada edad, pero los achaques del tiempo y las dificultades que la acosaron durante aquellos ochenta y tantos años nunca aplacaron su elegancia.

Decidió dar una vuelta por el prado. 

Su paso cansino la llevó a perderse en una bruma espesa que le dificultaba la visión. Al disiparse brevemente la niebla, pudo ver el lago cristalino. 

Todo estaba tan calmo y transparente que parecía un cuadro de Monet.

El prado se veía vacío, pero en un banco lejano junto al lago podía divisarse una joven muy bonita y elegante. Lucía un bello traje francés de los años cincuenta. Seguramente un modelo de Christian Dior cuando recién salía al mercado. A Odette le resultó familiar y se acercó gentilmente. Le pidió permiso para sentarse junto a ella y su acompañante accedió gustosa cuando la anciana destacó la delicadeza de su vestuario.

Comenzaron a charlar sobre moda y así estuvieron intercambiando opiniones durante largos minutos de regocijo; sobre la época del prêt-à-porter y la aparición de diseñadores prometedores que hoy son referencia mundial en materia de alta costura; sobre los bellos diseños de Channel, Hubert de Givenchy o Pierre Cardin. 

La joven parecía conocerla al detalle, al punto de adelantarse en sus anécdotas y conclusiones sobre un estilo u otro. 

En ese instante, embebida en un asombro conmovedor, Odette se percató que se hallaba conversando con ella misma sesenta años atrás. Un fantasma de su pasado la visitaba para recordarle lo maravillosa que había sido su historia. 

Era ella; los mismos ojos celestes, la misma sonrisa afable. Quería preguntarle tantas cosas; recordar aquellos paseos con su amado esposo; besándose cerca del muro de los 'je t'aime', contemplando los cisnes milagrosos o la belleza de un atardecer con un café delicioso acompañado de queso Cancoillotte, un croissant y un pain au chocolat. Ansiaba recordar a sus pequeños niños corriendo por el Pont de l'Archevêché y a sus adoradas nietas a las que les narraba sus memorias durante horas junto a la chimenea de la casona; aquella estancia inmersa en los viñedos. 

En un momento del encuentro, el fantasma dejó caer una lágrima de sus ojos claros y se puso de pie, dispuesta a marcharse. "Ya es tarde" – dijo, y se perdió velozmente en la bruma, dejando a Odette con una fascinante sensación de deleite.

Al tiempo "el fantasma" llegó a la puerta del residencial de ancianos y se encontró con el doctor de Odette. 

El hombre, en tono lenitivo, le dijo: 

- Mi querida Sophie, su abuela está bien. No sufra. Se confunde, renueva la historia, pero aunque no la reconoce, sabe que a través de usted ella seguirá existiendo en su venturoso recuerdo.

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