Se llama Laura y dicen, los que más saben de salud mental, que padece un trastorno de personalidad bipolar.
Hoy, como cualquier otro día desde que empezó este encierro, ha decidido dejarse zarandear por el viento para poder ser libre, evadirse y olvidar.
Hoy, vuelve a creer que no vale nada, que no está haciéndolo bien, que todo se hunde a su alrededor y que no será capaz de pedir ayuda.
Y se culpa, como ha hecho siempre.
Y se mira, pero no se reconoce.
Y camina ausente, por un estrecho pasillo, sin rumbo, completamente perdida y mientras imagina que el viento la agita de un lado a otro de cualquier avenida de una gran ciudad.
Querría gritar muy fuerte, pero no puede.
Prefiere seguir dejándose llevar por ese viento que solo resuena en su cabeza, mientras las preguntas se van amontonando sin respuesta: "¿Cuánto tiempo podré seguir ocultando lo que siento? ¿Cuánto más tendré que aguantar esta tristeza pegada al alma? ¿Cuánto deberé seguir encerrada en esta cárcel?... ¿Cuánto, cuánto…?".
Intuye que los que la rodean saben que ha vuelto a recaer y que es por ella por quien lloran cada noche. Escucha susurros donde dicen que era de esperar después de tantos días encerrada. Ella cree que solo es por la vergüenza de tener que volver a dar explicaciones. Es más fácil seguir así, ocultando la verdad, inventando excusas o castigándola, a cada momento, con consejos de ánimo; consejos que ella no pide y que retumban en sus oídos como los peores tambores de guerra.
Y cada día que pasa, echa más en falta a la otra Laura; a la que nunca estuvo enferma ni triste; a la trabajadora incansable, madraza y triunfadora Laura. Añora sus sensatas decisiones, su alegría contagiosa, sus ganas de comerse el mundo y, sobre todo, añora su fuerza. Pero, hace tanto que dejó de contar con ella que, a veces, ni tan siquiera sabría decir cuál de ellas es la real. Y es, entonces, cuando más la odia, cuando más perdida se siente y cuando más necesita huir.
Escapar, como lo haría una niña asustada, hasta el único lugar en el que puede respirar; hasta un pequeño balcón donde los aplausos acompasados de sus vecinos la devuelven a la realidad de un triste confinamiento.
Pero el silencio regresa y es ahí cuando se rompe del todo.
Hoy, de nuevo, al despedir el día y cerrar los ojos, ha vuelto a dejarse llevar por un viento que, incesante, sigue retumbando en su cabeza, mientras se repite que, cuando todo esto pase, volverá a intentarlo porque, a fin de cuentas, está convencida de que esta Laura no es la verdadera protagonista de su historia y la otra, la que aún sobrevive escondida por ahí dentro, resistiéndose a desaparecer, merece ser rescatada y recuperar su vida.
Mañana, volverá a intentarlo; hoy ya no puede más.
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