La historia del joven Maurice no dista mucho de alguna percepción que alguna vez tuve en mi cotidianeidad, sin bien no con el grado de angustia que un episodio de un trastorno psicológico puede contener; una de las características del padecer de Maurice se basa en la confusión de rostros y bien, mentiría si alguna vez no me he llevado alguna sorpresa o pasar alguna pena por confundir a alguien.
Pero la situación de Maurice giraba en otra esfera. Preso de un mundo oscuro y angustioso dominado por la desconfianza, le era más que difícil su vida social, apenas si hablaba con sus allegados. Maurice, con sus 15 años vivía una pesadilla constante, encerrado tras el telón de un teatro oscuro de máscaras en su cabeza, que no solo las veía al transitar en la calle o en el transporte público, sino que estaban ocupando un lugar en su casa.
Sumado a la angustia producto de la confusión, la ansiedad de índole paranoide se instalaba…
Maurice observaba el rostro de su madre mientras esta le hablaba, y si bien la confusión no era tanta, comparando algún episodio en el que el rostro de la persona enfrente cambiaba por completo, Maurice notaba pequeños gestos y acotaciones asociadas a estos que le hacían ver a su madre como una persona ajena a su vida. Una total desconocida.
El dolor en su pecho se presentaba con mayor frecuencia. Callar lo que estaba viviendo consumía demasiadas energías, pero le aterraba la idea de terminar encerrado en algún hospital psiquiátrico. Un miedo que se sumaba a las ansiedades existentes y llevaban los pensamientos de Maurice por caminos errantes.
La desconfianza por la personalidad de su madre comenzó a crecer; a estas alturas para Maurice su madre estaba al tanto de las confusiones, según sus deducciones, ésta había estado en contacto con un Psiquiatra y no tardarían en venir a buscarle.
Ya en su habitación, Maurice cerró la puerta con llave y no podía dejar de caminar de un lado a otro, con los ojos cargados de lagrimas y una sensación de impotencia que lo dominaba. Se asomó a la ventana tras escuchar un vehículo frente a su casa. Una gran camioneta blanca estaba frente a la puerta principal y un hombre vestido de blanco bajaba. Su rostro le era familiar, tal vez lo había visto en las cercanías del hospital, no podía recordarlo ni tampoco era su prioridad.
Maurice corrió a decirle a su madre que no permitiera que se lo llevaran, pero solo podía ver gestos suspicaces y risas macabras en esta que, trataba de calmarlo sin entender del todo lo que estaba pasando. La madre sujetó fuerte del brazo a Maurice que pensaba que todo estaba perdido. Tras el forcejeo Maurice tomó un candelabro que utilizó para golpear a su madre en la cabeza, dejándola tumbada al tiempo que suena el timbre y se escucha tras la puerta:
- ¡Encomienda!
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