La escena se repite a diario. De lunes a viernes, exactamente a las 10, el "loco del bus" sube al transporte y se dirige quién sabe a dónde. Sábados y domingos yo no realizo este trayecto y es por eso que no los incluyo, ya que probablemente él repita su rutina.
Se lo conoce como "loco del bus" porque siempre está en su mundo: habla de lo que se le antoja, salta de un tema a otro sin justificación, habla intercambiadamente con otros seres de carne y hueso como con el aire. Lo que siempre hace el hombre, definitivamente, es hablar.
En general las caras de los pasajeros manifiestan un rechazo que no disimulan. La costumbre tan arraigada de criticar, de la que todos somos víctimas y victimarios, se mueve a sus anchas en situaciones anormales. Qué será lo normal, me pregunto. Seguramente este hombre para muchos no lo sea.
Los choferes muestran una actitud similar. En ocasiones intentan evitar que suba, con más fracasos que éxitos. Algunos de los conductores le han manifestado sus quejas; en otros la mirada expresa mucho más de lo que lo haría la lengua. Ciertos rumores se suben a veces con las personas al bus: se dice que los choferes van rotando en el horario en que viaja él para evitarlo.
En cuanto al "loco", no queda del todo claro si es consciente del prejuicio que carga contra él. De a ratos pareciera que la desolación lo abraza y lo invade por completo y, sin embargo, a los pocos minutos ya se encuentra envuelto en otra conversación aleatoria. También se ha enojado con algún pasajero, para luego despedirlo cordialmente deseándole un gran día con su mejor sonrisa.
En los momentos en que está lúcido, ha explicado que padece de algún trastorno de salud mental. Yo no recuerdo cuál, y al resto de los mortales parece serles más sencillo decirle loco.
Hoy es un día como los demás y el viaje sigue su trayecto cotidiano. El "loco" está inmerso en una charla con una joven. A contramano de lo que suele ocurrir, la chica se muestra entusiasmada y le sostiene la conversación, surfeando en el discurrir del hombre entre un tema y otro. Ella viaja un trayecto largo y en ningún momento amaga con apartarse. Hay momentos incluso en que es la joven la que rompe el silencio. Pero lo más inesperado está ocurriendo en este instante: ella toca el timbre para descender y, antes de bajar el último escalón, deja un recado para el señor: "Tenía un mal día y vos me lo alegraste. Gracias".
Es la primera vez que en este colectivo, tras años y años de viajes, le agradecen al "loco del bus". Una lágrima de emoción cae por su mejilla y, por primera vez también, queda callado. Fue testigo de la primera persona agradecida con él.
Si supiera que yo también lo estoy, ya que me permitió escribir este relato. Si supiera, este buen hombre, que los agradecidos somos dos.
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