martes, 28 de abril de 2020

El amor también sana

En clase nos dijeron que escribir resulta terapéutico así que bueno, allá voy.

Hola, me llamo Esther y tengo 22 años. Vivo en una ciudad de esas con mucho bullicio y gente con prisa. A los 16 me cambiaron de colegio, aunque no me resultó duro pues ya conocía a la mitad de mi nueva clase (ventajas de las redes sociales). Además, siempre se me han dado bien las personas, y para el segundo trimestre ya tenía novio. 

Se llamaba Hugo. Era un chico normalillo, ni muy alto ni muy bajo, simpático y tranquilo. Nos hicimos muy amigos y el resto… os lo podéis imaginar. Todo parecía de película, hasta que pasó de ser una de romance a una de terror. 

Empezó a finales de mayo. Las horas pasaban entre charlas de orientación universitaria que resultaban nulas. En mitad de una de ellas, en el turno de preguntas, Hugo se levantó y preguntó algo que no tenía nada que ver con el tema de conversación, a lo que le siguieron risas, ojos muy abiertos y alguna que otra cara de expectación. 

Llegué a casa preocupada. Bien es cierto que hacía ya unos días que le notaba raro. O no me escuchaba o no hacía el esfuerzo, pero poco a poco nuestras conversaciones se fueron tornando en monosílabos. Unas semanas después mientras paseábamos, fue directo a pegarle un puñetazo a un vecino convencido de que le había escuchado reírse de él hacía un rato. A aquel incidente le siguieron más, a cada cual más raro. Un día ya no pude más y se lo comuniqué a mi tutor. Estaba desesperada, Hugo parecía cada vez menos él y más otro. 

Después de aquello estuvo sin venir a clase una semana, hasta que me enteré de lo que estaba pasando. A Hugo le habían diagnosticado varios brotes psicóticos, el antecedente a la esquizofrenia. ¡Pero si eso lo tenían los locos y los drogadictos! 

Empecé a informarme de todo: causas, pronóstico, medicación, terapias… Tenía sentimientos encontrados y muchos, muchos prejuicios de los que no me libraría hasta tiempo después. 

Así que elegí embarcarme en ese viaje de recuperación con él. Hubo momentos muy duros en los que arremetía contra mí por ser yo la persona con la que mantenía un vínculo emocional más fuerte. Esos días eran todo insultos y malas palabras de las que unas horas después no tenía constancia. Pero también los hubo de crecimiento personal, de conocernos y aprender mucho. 

Por los pasillos del colegio los demás miraban y comentaban. 

"¿Si tuviera cojera o un brazo escayolado también miraríais así?"-les gritaba. Estaba harta, pero no podía juzgarlos. Así que nosotros seguimos a lo nuestro, un pasito más cerca cada día de la remisión total. 

A día de hoy curso tercero de Psicología. De Hugo perdí la pista hace años, cuando por recomendación de su psiquiatra tuve que alejarme de él. 

Ojalá estés bien Huguito, me enseñaste mucho más de lo que te podrías imaginar.

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