Un goteo en la garganta, ardor gástrico, algoritmo en bucle gozando de materia gris. Gata despertaba y gritaba al no sentir el gas graznando en sus pulmones, como ciega sin guía gateaba hasta la cocina, gobernada, su garganta, por guirnaldas de guillotina. Agudizaba la vista y engullía la medicina, gominola amarga de gozoso resultado. Tiritaba sentada mientras la gruesa herida de gubia abría el gaznate al aire. El glaciar se derretía, pero el granizo quedaba grabado a fuego durante el resto del día. Así cada madrugada.
Poco a poco olvidó regresar a lo gregario y al grácil giro lingüístico en una conversación genial. Cerró el grifo, fingió gripe, fue grosera y gruñó, hizo gelatina de sus grupos y giró en geoda de gruta. Se encerró, geocentro del mundo, Gulliver y gameto, sintiéndose de gafada genética frágil. La ansiedad llegó a ganarla y no salió de casa en tres meses, garantía ganadora según sus magullados sentimientos.
La gravitación cerebral diagnosticaba como gangster cuándo se gestaría el próximo gabinete de crisis. Guerreó cada desgarro de guadaña sumida en la congoja del giroscopio inmóvil de su cabeza. Se sintió gilipollas, dejó de verse guapa, adquirió dolores como si fueran gangas y tiró sus galones después de cada recaída. Como el Goya agonizante, hizo garabatos grotescos de sí misma en el gotelé y desafió con guante a la vida, agotada de ver gente bailando sus guajiras sin agobios. Pensó en colgarse.
Sin fuegos artificiales, como agua gorgoteante de guiso lento, meditó la gravedad de su gesta e indagó por google. Encontró su grial en una psicóloga que atendía por skype, en el yoga y en ver germinar los geranios de la terraza. La guarida se hizo grande al soltar lo guardado y gradualmente, con el tiempo, consiguió salir de su hogar cargada de orgullo y gemas de consciencia.
Gastó su gula en el gimnasio como gacela y gozó del paseo al volver del trabajo. Los fines de semana dejó de generar excusas agudas para agraciarse de su soledad. Volvieron las algarabías de amigas a gobernar sus días y el gentío a rodearla en grandes fiestas. Conoció en persona a su psicóloga y ambas gozaron del abrazo. Salió galante de la consulta y soñó conocer lugares grandiosos y distintos, viajar por el globo, quizás a La Gomera, como golondrina agradecida. Gata, gigante y grácil, desprendida de la agresiva fuerza G que ahogaba sus días, miró el juego y gritó ― ¡Ahora gano! ―.
Poco a poco olvidó regresar a lo gregario y al grácil giro lingüístico en una conversación genial. Cerró el grifo, fingió gripe, fue grosera y gruñó, hizo gelatina de sus grupos y giró en geoda de gruta. Se encerró, geocentro del mundo, Gulliver y gameto, sintiéndose de gafada genética frágil. La ansiedad llegó a ganarla y no salió de casa en tres meses, garantía ganadora según sus magullados sentimientos.
La gravitación cerebral diagnosticaba como gangster cuándo se gestaría el próximo gabinete de crisis. Guerreó cada desgarro de guadaña sumida en la congoja del giroscopio inmóvil de su cabeza. Se sintió gilipollas, dejó de verse guapa, adquirió dolores como si fueran gangas y tiró sus galones después de cada recaída. Como el Goya agonizante, hizo garabatos grotescos de sí misma en el gotelé y desafió con guante a la vida, agotada de ver gente bailando sus guajiras sin agobios. Pensó en colgarse.
Sin fuegos artificiales, como agua gorgoteante de guiso lento, meditó la gravedad de su gesta e indagó por google. Encontró su grial en una psicóloga que atendía por skype, en el yoga y en ver germinar los geranios de la terraza. La guarida se hizo grande al soltar lo guardado y gradualmente, con el tiempo, consiguió salir de su hogar cargada de orgullo y gemas de consciencia.
Gastó su gula en el gimnasio como gacela y gozó del paseo al volver del trabajo. Los fines de semana dejó de generar excusas agudas para agraciarse de su soledad. Volvieron las algarabías de amigas a gobernar sus días y el gentío a rodearla en grandes fiestas. Conoció en persona a su psicóloga y ambas gozaron del abrazo. Salió galante de la consulta y soñó conocer lugares grandiosos y distintos, viajar por el globo, quizás a La Gomera, como golondrina agradecida. Gata, gigante y grácil, desprendida de la agresiva fuerza G que ahogaba sus días, miró el juego y gritó ― ¡Ahora gano! ―.
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