De cuantos nombres se dicen en la habitación, hasta ti sólo llega el eco romo, irreconocible. Apenas el desgastado hilo, la cuerda rala, la hebra imposible que ya no te ilumina.
Nadas o sufres.
Se han agotado las luces de la semejanza. Han desaparecido en cuidada catástrofe las muescas de los días.
No le quedan ángulos al rostro, sólo la bonanza ausente de cuanto cumplió su pautado modo de escape. Sin expresión el labio, el pómulo saliente, el mentón que tiembla.
Tras el camisón y la sábana, el biombo, la rota hilera de puertas, los brillos del edificio donde una caterva de convalecientes te arrulla.
Quizá alcances a saber que la niebla que inunda este espacio cada vez más ajeno, más inalcanzable, cubre una imagen: ese volumen, ese nombre, ese cuerpo que tú eras, aunque no queden ya hebras para reconciliaros.
Se encharcan los ojos sin porqué.
Nadas con un braceo imposible.
Frente a ti, un desperdigado murmullo de pájaros, de luces estivales, de inconexos amagos de infancia.
Sonríes enmarcada en la fotografía que tu mano abandona al azar de los dedos inflexibles: luces el pelo corto y cardado frente al mapa de rigor. La sostienes sin mirarla, sin saberte tú, sin saber siquiera que la sostienes.
Lenta usura efervescente.
No haces nada.
Eres en la ventana: a lo lejos, un pájaro. No hay nada más. Hay a tu espalda hilos de voces que flotan sin reconocimiento. No hay nada.
Del marco de la ventana una diminuta araña se descuelga hasta tu brazo. La hebra de seda anuda tu piel a la del aire en virtud de sus extremos.
No hay nada. Sólo ese trazo suspendido, ese descenso.
Comienza a faltarte el aliento de la casa: se va dibujando una mueca de ahogo en tus labios, en tus manos, que se aferran sin cerrarse.
En la casa, perdida, reconocías los espacios irreconocibles, conservabas la lucidez última de las idas y venidas, con cautela rozaban tus suelas las losas desgastadas, sus dibujos esfuminados.
Ahora cada vez significa menos en tu ojo la luz. Te dejas llevar, paciente, pasiva.
Nadas.
Hay una pausa en el lugar que ocupas, que simplemente, con un cuerpo mermado, ocupas.
Hay un umbral o un torbellino de umbrales al fondo de tus ojos, al cabo del mentón desprendido. Algunos nombres propios quedan deslavazados en el aire, víctimas de su propio esfuerzo por llegar hasta ti.
Nadan impotentes en el aire. Se ahogan.
Se escurren pasillo arriba las últimas sombras y hay que apagar la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario