Entró en veloz carrera y se internó en su habitación. La señora abandonó la camisa que restregaba y preocupada caminó tras él.
Rosita encontró a Rosendo tendido boca abajo sobre la cama llorando desconsolado. Se sentó a su lado y sus manos gélidas y huesudas acariciaron su rubia cabecita. El niño se volteó y la abrazó con fuerza. Ambos lloraron.
—¡Ay Rosita! ––Exclamó el pequeño—, la profesora de manualidades no me permitió entrar al taller, porque según ella, si manipulo las herramientas me convierto en un peligro para la integridad de mis compañeritos.
Las palabras de Rosendo golpearon el corazón de la señora. Y compungida se estremeció al sentirse arropada por su mirada suplicante y dolorida. Estrechándolo contra su pecho lo colmó de tiernos besos.
––Por favor Rosita ––dijo el niño ––, que mis padres no se enteren de esto, bien sabes que para ellos soy un loco, ¡no me creerán!
––Yo me encargo mi niño, no se preocupe ––, y lo ayudó a salir del cuarto.
Sentado en una mecedora frente al lavadero Rosendo abrió un libro de cuentos y en voz alta empezó a leerle a la empleada bonitas historias.
Un año lleva la señora trabajando con la familia. Y desde su llegada, con dolor se enteró de la lastimosa situación en la que el pequeño de doce años ha estado viviendo: enfermo, deprimido y lo peor, abandonado de sus familiares y amigos, todo por los malsanos prejuicios. Por eso lo cobijó con maternal cariño. Así lo entendió el chiquillo y agradecido se refugió en los brazos de la buena mujer.
A los siete años de edad, a Rosendo le fue diagnosticado un lamentable problema de salud mental y desde ese momento pasó a ser víctima de incomprensión, descuido e irrespeto. El desafortunado comportamiento de su entorno le violentó su derecho a vivir con dignidad.
Con la llegada de Rosita el niño recuperó su alegría, retomó sus estudios y sintió el amoroso abrigo de hogar que le ha sido negado. También de la mano de su amiga reanudó las consultas con su siquiatra y se superó del preocupante estado de auto estigmatización en el que había caído.
Rosita comentó a sus patrones la situación presentada en el colegio con Rosendo. Sin reparos la autorizaron para que se entrevistara con el rector; las ocupaciones de negocios y sus compromisos sociales les impiden apersonarse del problema.
Con el asesoramiento del médico del niño Rosita se reunió con los directivos del plantel educativo, dejando claro que el alumno requiere de un trato considerado y sin discriminación, tanto de parte del profesorado como de sus condiscípulos.
El afortunado cambio de comportamiento de familiares y amigos, la esmerada y excelente atención del galeno y la dedicación y ternura que Rosita le brinda diariamente, ha hecho que Rosendo, felizmente, haya superado esa cruel etapa de su vida. Es un sobresaliente estudiante, alegre y lleno de grandes sueños para el futuro. Y sus padres ahora anteponen a sus ocupaciones el amor por su hijo.
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