Desde su cama, envuelta en unos gruesos edredones, Celia alargaba su brazo hacia la mesilla de noche buscando su sonrisa. Cogía su teléfono móvil para encenderlo y encontrar el habitual mensaje diario de: buenos días, cariño, que iba acompañado de un emoticono sonriente. Inmediatamente, como si de un acto reflejo se tratara, aquella sonrisa virtual se proyectaba en su cara.
Desde el otro lado del globo terráqueo, Martín escuchaba los pasos de su perro, que se dirigían hacia su cama todas las mañanas. Al principio, embotado por el sueño, no reaccionaba. Pasados unos instantes, sonreía mientras veía a esa bolita de pelo blanco ondulado, que iba corriendo hacia él, con la boca abierta.
En España, Eva abría sus ojos en tiempos de confinamiento tras horas de quietud y descanso. Su primer pensamiento era que había pasado el año más duro de su vida, debido al fallecimiento de su pareja y ahora se encontraba mucho mejor. Sus únicas tareas diarias le fascinaban: comer, hacer ejercicio, leer y escribir.
El ejercicio desactivaba su ansiedad, proporcionándole estabilidad mental y un sentimiento de superación, ya que nunca había logrado adquirir ese hábito motu proprio. Llevaba un mes y notaba su cuerpo más firme.
Por otro lado, nunca había tenido una rutina de escribir y era consciente de lo positivo que resultaba ese hábito diario. En sus textos, trataba todos los temas que le apetecieran, dejando que se escaparan pensamientos. Cada día, escribía sobre un tema junto a un buen amigo, que le enviaba otro texto cargado de alguna interesante historia con la que se emocionaba, reía, sorprendía o entretenía. Tenían este gratificante proyecto en común, que se había convertido en otro gran propósito para vivir.
Se sentía mejor confinada, teniendo aquellos dos grandes propósitos, que anteriormente estando en libertad sin aquella rutina.
Eva no tenía pareja ni perro, pero su sonrisa brillaba en la cuarentena.
– No somos una simple consecuencia de lo que nos ocurre. Somos la interpretación de esos actos neutros que vivimos e interpretamos, dándoles subjetividad. A través de la fuerza de voluntad, podemos construir rutinas para sentirnos mejor con nosotros mismos. No sé lo que me deparará el futuro, ni me preocupa tanto como antes, porque lo que ocupa mi tiempo son mis rutinas diarias, hacer ejercicio y escribir, que consiguen hacerme sentir bien en el presente. Creo que es suficiente, porque el presente es el único tiempo que existe – pensó Eva.
También recordaba que muchas veces, tenemos que renunciar a nuestras ideas para curarnos, a través de otras nuevas. Pensaba en el duelo por el fallecimiento de su pareja, que había terminado de experimentar durante el confinamiento y se alegró de haber cambiado algunas ideas para curar aquella herida y aprender a vivir con menos sufrimiento. Terminaba su reflexión con el siguiente pensamiento:
– La vida es un conjunto de cambios, que interpretamos en función de nuestras creencias y la salud mental depende de ellas. He decidido convertirlas en un motor de crecimiento personal. –
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