El sol achicharra.
Un techo luminoso cubriendo mis aspiraciones, pensamientos e ideas. Bajo el porche el calor y las moscas se agolpan atraídas por la piel sudada. Todo perfilado para una profunda reflexión que se acumula en mi cabeza, ocupándolo todo.
Cariño, ¿no es un día precioso?
Pegajoso más bien.
Siempre tan poca alegría. Como si no tuvieras sangre.
Debe ser cosa de familia.
¿Y qué haces aquí solo?
No sé…, me apetecía estar aquí… Simplemente.
¿Y las botellas vacías? ¿Otra vez?
Mis dedos apretando el entrecejo. Exasperante dar explicaciones de continuo. Siempre, ante todos, para cualquier cosa, en todo momento. Ante ella que me ama, dice amarme…, carezco de la certeza.
- Amor mío. Así no vas a resolver tus problemas. Ya lo hemos hablado –escupe abrazándome por la espalda, tratando de insuflarme algo de su convicción-. No tienes razones para sentirte así.
Me besa el cuello, recoge los botellines gastados y se marcha.
El calor, el hastío, invitan a una profunda reflexión: Soy tan desgraciado que sufro sin tener razones para ello. Un artista de hacer difícil lo fácil mediante lo inservible. Quizás yo deba marcharme también.
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