Contaba con treinta y pocos, joven como para arrastrar un conflicto de años. O quizás precisamente por eso. Por ser la típica perfeccionista utópica que finalmente sucumbe ante la terrible paradoja del querer y no poder.
Se sentía presionada por un sistema que la empujaba hacia el sumidero de la desidia. Cada noche de insomnio colgaba a airear los trapos sucios sobre el tupido ramaje de su conciencia. Se sentía quebrarse.
Quizás había llegado el momento de darse por vencida. Lo pensó esa tarde en el parque, el metal de los columpios sonaba como cuchilla en caída libre hacia su cuello. "Chicas, echadle un ojo a Pitiño".
"¿Dónde vas Sabela?". "Necesito llamar a uno de mis pacientiños. Tiene cita en 3 semanas, pero es que hoy le vi muy malito".
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