Ahora ya no hay nada que hacer. ¿Qué miráis?, ¿de qué habláis?, ¿dónde estabais todos vosotros cuando os necesitaba de verdad? La gente deja de arremolinarse a mi alrededor poco a poco y abro los ojos a la par que un sabor entre metálico y salado va desapareciendo de mi boca. Me crujen todos los huesos del cuerpo y, con dificultad, consigo levantarme del suelo. Por fin, salto desde la calle hasta la azotea. Desde aquí arriba todas las personas parecen hormigas y yo también me veo así. No creo que ellos ni siquiera me vean como una hormiga. Me alejo del borde y bajo lentamente por la escalera hasta mi casa. Y allí, de nuevo solo, intento llorar y voy vaciando varias botellas de alcohol mientras intento reunir el valor suficiente para llamarte y decirte que necesito ayuda.
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