Recuerdo mi vida como sencilla y feliz, mi familia estaba unida y yo era buen estudiante y tenía un grupo de amigos con quienes salir los fines de semana e ir a la playa.
Pero con 16 años, la noche llegó a mi vida. Comencé a cambiar mi actitud, me volví agresivo, sentía cosas y oía cosas que los demás no. Mis padres, muy asustados me llevaron al médico, el diagnóstico fue Esquizofrenia y una losa cayó sobre mí.
Inicié un tratamiento que me dejaba atontado, engordaba y me hacía sentir un inútil, aunque las cosas raras ya no me aparecían.
Mis amigos me miraban diferente, ya no era tan guay como ellos, y las chicas casi me esquivaban. Había miradas de condescendencia por todos lados.
Mis padres sobreprotegiéndome, casi no me dejaban salir, y no creían que estuviese preparado para estudiar ni trabajar. Nadie creía en mí, ni yo mismo. Pensé que la vía más rápida sería desaparecer, era lo mejor para todos. Un adiós piadoso.
Un soleado día vi a Luis, nuestro panadero, buscaba un aprendiz. No dudó, me lo ofreció y casi obligado lo acepté.
Ahora mi vida es otra, soy autosuficiente y tengo proyectos e ilusiones.
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