Abril sorprende a Irene con los colores de la primavera pintados en el rostro. Pájaros cantarines acompañan sus pasos y sonríe como si fuera la primera vez que descubre la luz del sol. Atrás quedó la vergüenza, el esconder la depresión, el sentirse sola en medio de la tempestad, el reconocer que existía la tempestad. Una mano en el hombro le recuerda que tal vez sola no hubiera sido posible, por eso su felicidad se multiplica y sabe que acertó cuando dejó de esconderse en la crisálida y pidió ayuda. Ahora hay aire puro, luz entre las nubes traviesas, sueños en el horizonte y una lluvia de flores en los campos: miles de pequeñas cosas hermosas y cotidianas que en otro tiempo no supo apreciar, pero que otros ojos le enseñaron a ver, quitándole la venda que se lo impedía y mostrándole que todos, en algún momento de nuestras vidas, sentimos las mismas necesidades, los mismos miedos, la misma desesperación. Se siente fuerte de nuevo, con ganas de correr, de saltar, de agitar las alas y perderse en el cielo, dejando atrás la crisálida de la que acaba de salir, convertida en mariposa.
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