La habitación estaba impecable. Alguien se había tomado el trabajo de limpiarla algunos minutos antes. Los muebles estaban vacíos y en un rincón descansaban cajas llenas de ropa de mujer. Los adornos, que a él le gustaban tan poco, pero en el negocio de las relaciones tuvo que aceptar, llenaban otra caja. Por un instante pensó que todo este tiempo había tenido razón, la habitación lucía mejor sin todas esas cerámicas superfluas. Y en la esquina más alejada de la entrada, sobre una cuerda atada a un cuello dormía el peso de una mujer que en otros tiempos había creído que iba a cambiar al mundo. Cerca del cuerpo había una escalera pequeña que parecía haber sido dejada, como la tijera sobre la mesa del living, más para evitar los problemas a quien la encontrase que por ser útil a quién la dejó.
Se metió la mano en el bolsillo y sonrío al ver que tenía todavía el envoltorio del bombón que ella le pidió que tirara la noche anterior.
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