Estar cansada era algo normal en Alba, siempre tenía algo que hacer. Se levantaba de madrugada para llegar al colegio la primera. Se esforzaba al máximo en todas las asignaturas de la jornada escolar para luego ir a la actividad que tocara. Unos días eran deportes y otros clases de refuerzo, necesarios para conseguir las mejores notas. Porque Alba era una chica diez y siempre debía ser una chica diez.
Durante sus primeros años de vida consiguió mantener el ritmo, hacía todo lo posible y más para llegar a las expectativas que tenían todos sobre ella. Sin embargo, según los años pasaban, los libros en su mochila aumentaban y también la presión que los demás ejercían sobre ella. A nadie debió de sorprenderle cuando le diagnosticaron ansiedad a sus catorce años pero aun así se atrevieron a hacerlo.
Su primer contacto fue durante un receso entre tareas. Un fuerte pinchazo le cortó la respiración y no fue capaz de volver a llenar sus pulmones de aire, fueron unos angustiosos minutos hasta que por fin pudo recuperarse. Y en cuanto lo hizo se plantó en el salón y con un rostro surcado en lágrimas le anuncio a su madre:
—Necesito ayuda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario