Otra vez en las noticias. Otro caso más. Otra ocasión en la que lamentarse a posteriori. Y otra disputa en la mesa. Él no lo entiende. Mi padre es testarudo, cabezón y a veces, peca de orgulloso. "En mis tiempos no había ni salud mental ni pamplinas de estas, y todos como una rosa". Mi hermana salta, mi madre trata de mediar, y yo intento explicárselo. Traducirlo a su idioma.
Abandona la mesa refunfuñando. "No sabéis lo que era vivir antes". No, no lo sabemos. Preferimos centrarnos en los problemas del ahora, y este es de los importantes ¿Qué le da tanta rabia? El derecho de la gente a pedir auxilio, o el propio acto de que lo hagan. A veces pienso que él nunca ha tenido la oportunidad de reclamar ayuda. No lo criaron así. Gracias a Dios, piensa él. Me preocupa. Porque lo veo cada día. Más cansado. Más apagado. Abatido. Desesperanzado.
Hoy ha vuelto a aparecer otra noticia similar, pero no ha habido quejas. Solo somos tres en la mesa. Qué pena no poderle enseñar a tiempo el verdadero significado de esas dos palabras tan repetidas últimamente. Para desgracia nuestra, sus otras tres víctimas, nunca lo olvidarán.
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