Tomo tu mano, que gracias a ella se me hace más suave, más soportable.
Me levanto, tu me limpias las rodillas como si todo estuviera bien.
No nos hacen falta las palabras para saber que he vuelto a caer en un ataque de ansiedad, que ya no soporto tanto estrés, y que tú estarás ahí para levantarme otra vez. Que de no ser por ti mis rodillas no se podrían sostener, que mi corazón seguirá roto y mis ojos rojos.
Sé que ya no estoy solo, que me puedo apoyar en tu hombro y el cuchillo nunca más estará en mi mano. Tú, que me enseñaste a pedir ayuda, aunque sólo pida la tuya, que me ayudaste a empezar a sanar y saber que sentirse así no está bien, que no soy yo el problema.
Mis lágrimas se frenan y con un ligero "vamos", nos alejamos de toda esa nube de pensamientos oscuros, hacia casa, nuestra casa. Un lugar seguro.
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