¿Sabes, cariño? Creo que hoy he ayudado a la vecinita del segundo. Estaba llorando en el banco de la esquina y me he acercado a animarla. La pobre estaba hecha polvo. Me decía que este mundo no era para ella, que la vida era una mentira, que ella era una cobarde, una carga y que nadie podía ayudarla. Supongo que la chica no encaja, y es que es duro ser adolescente en estos tiempos, con el internet y todo eso. No me cambiaba por ellos y mira que tuvimos lo nuestro.
Parecía imposible sacarla de ese terrible pesimismo e insistía en que estaba cansada de luchar, pero poco a poco la he notado mejor.
—Quiero terminar con todo, voy a acelerar las cosas y así pronto dejaré de sufrir —me ha dicho levantándose del banco.
—Eso es, corazón, no hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy —le comentaba mientras caminábamos hacia casa.
Hemos entrado juntos al ascensor y creo que ya era otra. De hecho, ha seguido subiendo porque iba a la terraza a destender. ¿No te parece toda una señal de iniciativa?
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