Luchaba por zafarse de su propia sombra; no comprendía qué era lo que le pasaba.
Llegaban desde el -pasado- sus vivencias lejanas y recientes. Deseaba escapar de esa pesadilla acelerando la huida.
La melancolía se entremezclaba con el continuo jadear de una respiración tan espesa como sonora.
¡Todo le daba vueltas! Como una especie de caída al abismo.
Las pupilas tiritaban y se entreabrían los labios sólo para aspirar con toda la fuerza posible.
No podía más con su -presente-. Se levantó y abandonó la butaca de su cine.
¿Para qué seguir con este pesar?
No podía aguantar a causa de la angustia que le producía su balance personal.
Salió «de sí» buscando ayuda y paró un taxi pero no se subió. Siguió caminando y llegó.
Al abrir la puerta: ¡¡¡Estaba ahí!!!
Le acarició con sus ojos; le intimidó ligeramente, como si le reclamara. Recordó el tremendo dolor de cabeza con el que había salido unas horas antes.
Sé que se durmió a la espera de un -futuro- día.
Justo en ese mismo instante: ¡Salté de la cama!
A lo largo del día entendí, que no éramos aliados sino rivales.
Y seguí mi camino, con tranquilidad y aplomo…
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