Es raro, escuché al acercarme al grupo, pero me hicieron lado.
Sus estados de ánimo cambian con demasiada frecuencia, no me fío, dijo Marta aquella tarde, aunque dejó un hueco para que yo acercara mi silla al velador.
Un día llega muy triste al partido y otro exultante, anunció Ernesto a los demás tras vencer cinco a uno. Aún me seguían pasando el balón.
Aquel periodo de melancolía se alargó más de la cuenta. Acabó con mi primer intento y dos días de ingreso en la Unidad de Salud Mental. Hay que poner remedio, declaró mi madre.
Un diagnóstico cambió mi vida.
Es bipolar, susurraban a mis espaldas.
Ya no charlo en los corrillos del trabajo, ya no salgo de cañas con la pandilla, ya no juego al balonmano.
El diagnóstico cambió mi vida…, para bien.
Un día conocí a Aurelia; no me dejó solo.
Ahora me divierto en la asociación, dialogamos mientras disfrutamos del senderismo, también nos tomamos nuestras copas y he descubierto que me encanta el baloncesto.
No he vuelto a intentarlo.
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