En la penumbra de su habitación, Marijose afrontaba los demonios que habitaban su mente. Las cicatrices, visibles e invisibles, de años de violencia la mantenían presa del miedo y la ansiedad.
Un día, en un centro de ayuda a la violencia de género conoció a Laura; de aspecto juvenil y ojos comprensivos. Laura no sólo veía en Marijose las huellas físicas del abuso, sino también las llagas invisibles que afectaban a su salud mental.
Juntas, comenzaron un viaje de sanación, basado en la confianza y el respeto, que forjó un vínculo irrompible entre ellas. Laura ayudó a Marijose a encontrar herramientas para reconstruir su autoestima. Mientras, Marijose, con cada paso que daba, desafiaba las barreras del trauma.
A medida que Marijose recobraba su poder interior se concedía caprichos que le reportaban felicidad. Decidió tatuarse un símbolo que conectase salud mental y violencia de género, transformando su dolor en un testimonio de fortaleza.
No todas las batallas se libran con puños; algunas se ganan con valentía, comprensión y el apoyo de aquellos dispuestos a transitar juntos el camino a la curación. Pasó el tiempo y Marijose no dejó de superarse. Los tatuajes aumentaron, aportando color a cicatrices que ya no dolían.
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