Abro los ojos.
El balcón no tiene la suficiente altura para quemar todos mis miedos y las voces de mi cabeza me alteran la existencia.
Me prometo cada día, al despertar, que dejaré que la fuerza me abrace, pero cuando estoy a punto de alcanzarla, algo me detiene y ella se aleja.
El miedo ya no me asusta.
Este sitio tan oscuro no es mi lugar y si lo fuera, me rehúso a pertenecer a él.
La desesperación de la incomprensión es lo que me más me aprisiona. Vivo en una cárcel y no sé si algún día obtendré la libertad.
Me agarro al brazo de la realidad todos los días, aunque a veces la sudoración se me note, aunque mi propia respiración me ahogue.
Me abrazo a la vida, aunque quitármela haya sido mi deseo por tantas noches, donde las mismas lágrimas parecían querer matarme.
Me abrazo a no dejar de luchar, porque quiero llegar a vivir más de lo que llevo luchando contra mi mente.
A veces mi mente me da treguas y entonces somos amigas; otras tantas, me pide que me aleje, que ya no luchemos más.
Pero no me rindo.
Quiero que vivir sea mi lugar
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