Estoy esperando a que me toque el turno en la carnicería del pueblo. Noto los ojos de las mujeres que me rodean, fijos en mi nuca.
Inmediatamente adivino lo que piensan por la manera en la que me miran
(...Es el hijo de la Puri, pobrecito…)
Me miran con cara de pena, con miradas compasivas, no lo aguanto.
(...hay que ver, con lo joven que era…)
El 43, mi número. Doy dos pasos hasta alcanzar el mostrador:
"¿Qué te pongo hoy?" me dice mientras afila el cuchillo.
(...fue por el marido, figurate, decían que bebía como un desgraciado…)
"Costillar de conejo" consigo balbucear a duras penas.
(...la María es vecina suya y dice que todas las noches los oía discutir como locos…)
"¿Algo más?" me pregunta la carnicera, mientras pesa el producto.
"Nada más, gracias" le contesto con una sonrisa forzada. Tan pronto como me giro, cesan los comentarios.
Al llegar a casa cierro la puerta tras de mí, procurando no hacer ruido, para no despertar a mi padre, que desde que mi madre ya no está duerme, mucho, muchísimo. Dejo las bolsas encima de la mesa, miro hacia el balcón y entiendo porque lo hizo. Desearía no saberlo.
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