Sentadas al borde de la cama en mi habitación mi madre y yo, la cabeza tomada entre mis manos, con mis escasos catorce años le dije que ya no quería vivir más. Que estaba harta de la escuela, de mí misma, de la gente, incluyéndola a ella. Bruscamente se levantó de mi lado, me miró sin hablar y pude leer en sus ojos como si fuera un letrero de luces de neón en la oscuridad:
-Y con todo lo que YO he hecho por ti
Salió de la estancia dando un portazo que terminó de cerrar mi sufrido corazón. Tal vez inmediatamente después de ocurrido ese incidente actué muriendo por suicidio… Tal vez hoy tengo cuarenta años… Ese día salí llorando, sintiéndome muy sola, hasta que rendida por el cansancio terminé sentándome en una banca del parque, justo al lado de un señor mayor que al verme sumida en la tristeza me preguntó si quería contarle lo que me ocurría. Hablé, hablé mucho tiempo con ese desconocido sin saber por qué y él me escuchó sin juzgarme, sin estigmatizarme. Me abrazó como a una hija, haciéndome prometerle que nos volveríamos a encontrar.
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