La sonrisa dibujada en unos labios agrietados, la mirada grisácea perdida en un lugar insondable. Camina por los pasillos del instituto con la cabeza agachada, los brazos apretados a los costados, los pensamientos flotando como volutas de luz anacarada.
Las heridas son tan profundas que le rasgan el alma y, por cada pequeño paso que da, se siente más perdida y vulnerable en un mundo donde es invisible. Debe forzar una risa escueta, negar la evidencia de sus días, pues teme ser señalada y estigmatizada.
Pero lo cierto es que sufre igual que el resto, y las raíces del dolor son tan profundas que engullen todo su ser. A veces quiere desaparecer, perderse en la oscuridad de donde jamás debería haber despertado.
Los gritos silenciosos de ayuda están grabados a fuego en su piel. Necesita que le miren de verdad y que, por un solo instante, alguien se quede a su lado y escuche lo que tiene que decir.
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