Así como la vida no, la muerte puede ser a la carta. Me acuerdo que cuando empecé a tener uso de razón, percibí que no todas las razones son iguales. Unos aprenden mejor que otros la cultura oficial, que es la cultura eficiente. A los que sacamos mala nota, se nos estigmatiza. No somos normales. Nuestra afectividad interior se asfixia, confinada por la efectividad exterior.
Así fue que un día decidí volver al punto de partida y recuperar mi salud mental. No tuve suerte, pues usando la inteligencia artificial, consiguieron detectar mis intenciones y terminé en un psiquiátrico.
Cuando pensaron que ya estaba curado, me reintegraron a la vida normal que me había enfermado de asco. Asco a esa sociedad hipócrita, llena de mentiras e injusticias y que pisotea los derechos humanos.
Rodeado de crímenes de guerra y crímenes de paz, antes de escribir esta carta, buscando resiliencia, para soportar tanto abuso imperial, fui, sin éxito, a unas sesiones de risoterapia.
Así que no os molesto más. Me voy deseando que el cambio climático no os extermine a todos y todas y que vuestras almas de plástico las dejéis en el contenedor amarillo. Esta vez no fallaré.
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