jueves, 14 de diciembre de 2023

Ni la muerte

Mi ventana no se abría. No podía yo levantarme ni dormir. Vero había salido al trabajo bien temprano, como siempre. Por esos días Jaimito, uno de nuestros hijos, compartía sus vacaciones con nosotros. Pero ni la presencia de Jaime en casa había logrado disuadirme de la certeza de que nada ya tenía sentido. Ni la muerte…

Sonó una alarma en la otra habitación. Él se levantó con soltura.

¿Ni la muerte? De repente las palabras resonaron en mi mente de otra forma. No diría yo una lógica, sí tal vez una intuición oscura, me golpeó las puertas de la percepción: si no se revela un sentido, vivir se hace más liviano.

Fue entonces cuando escuché a mi hijo tan puro, tan amable en la cocina (fue el sonido de una tos de la mañana), y me generó tal inmensa culpa haber cedido así al letargo, que al menos pude incorporarme, abrir la ventana y pasar rápido a ducharme y a tomar algo con él.

Conversamos cortamente. Él pensaba ir a comprarse zapatillas. Puso música y parecía disfrutar. De estas cosas también la vida se nutría.

Ahora, al lado de mi pecho asfixiado, palpitaba un corazón con cierto entusiasmo.

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