El sábado pasamos el día en la playa. La barriga y la mandíbula me dolían de tanto reír. Martín se encargó de acercarme a casa mientras rememorábamos los momentos que acabábamos de disfrutar. Al cerrar la puerta del coche, nos despedimos hasta el lunes.
El lunes, la noticia de su suicidio. Mismo método que un adolescente de Murcia hacía unos meses. Nadie lo vio venir. Esa necesidad de dejar de sufrir, y para él, la única solución posible. Los telediarios y las redes sociales atestadas de su mejor fotografía: sonriente, camiseta blanca, el signo de la victoria con el índice y el corazón.
Esas fueron las imágenes que pasaron por mi cabeza el lunes al acostarme, después de que Martín me lo hubiera contado todo. Un operador del 024 le había salvado la vida ese mismo fin de semana.
Yo no tuve herramientas para ayudar a mi amigo, me alivia saber que alguien sí. Ojalá todos las tuviéramos. Los fotogramas que pasaron por mi cabeza aquella noche representan a las once personas diarias que se suicidan en España. Once personas, once historias. A Martín, una llamada le salvó de convertirse en una de esas historias.
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