Yo, que necesitaba más tiempo para interiorizar los conceptos e ideas expuestas en el aula, había suspendido ya dos exámenes. Parecía que por mucho que me esforzara en seguir el ritmo de mis compañeros no lo conseguiría jamás, y eso me mataba por dentro. Ese viernes, al llegar del colegio con el cuatro con cinco en la mano, mi madre me soltó una mirada de repudio, como si el día de mañana no fuese a ser nadie o peor, como si mi suspenso la deshonrase. Me sentó al escritorio sin
comer con el libro delante, 'que sea el último suspenso que traes, inutil' dijo. Intenté no llorar, pero a medida que pasaban las horas me hacía más pequeña, y más, y más hasta que me sentí lo que decía que era: inutil.
Mi aparente inutilidad me carcomió hasta dejarme vacía durante años. Aún a día de hoy me falta algo que en su día mi madre me arrebató. Sé que nunca seré capaz de resolver todos los problemas, pero como usted siempre me ha dicho doctora, la clave está en intentarlo.
Si pudiera decirle algo a mi yo de ese viernes, sería que de inutil no tengo ni un pelo.
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