—«Pidió ayuda pero el tubo de escape de una moto cercana ocultó sus palabras. Volvió a intentarlo y un niño gritó llamando a su madre. Tampoco esta vez consiguió hacerse oír. ¿Has dicho algo? No, nada. Al día siguiente dijeron que se había quitado la vida, pero ¿por qué siento que no fue él sino el mundo?».
Un aplauso atronador retumba en la sala y bajo la cabeza. No debería haber subido a leerlo, ¿por qué lo he hecho?
—Gracias. —Alzo la vista y encuentro unos ojos, parecen amables—. Me siento así a veces y lo has expresado de forma sencilla y tremendamente compleja al mismo tiempo. ¿A ti también te pasa?
Abro la boca para responder pero el barullo se intensifica de pronto y mis palabras se pierden, diluidas entre un mar de sonidos felices. «Tampoco esta vez consiguió hacerse oír». Bajo los hombros y me dispongo a negar con la cabeza pero entonces me rodea con sus brazos, con una gentileza y cuidado abrumadoras. Y me envuelve en ellos. Casi parece que el ruido se calma, solo un poco.
—No tienes que decirlo. —Cierro los ojos mientras apoyo la cabeza en su hombro—. Te he oído.
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