"Ayer fue un día más; nada especial, sólo el paso del tiempo almacenándose en el baúl del pasado, donde las personas guardan los años vividos y van olvidando sus pesadillas.
Pero yo no puedo olvidar. Aquel día quedó fotografiado en mi memoria. Ya no tengo sueños que dibujar. Quizás la gente no me comprenda al observar mi uniforme de Guardia Civil cuando trabajo, cuando acudo a sus llamadas para intentar ayudarlas con sus problemas; olvidando los míos… porque también yo soy una persona. Quizás mis compañeros no se den cuenta de que necesito ayuda para seguir soñando con los recuerdos de un futuro. Pero nadie tiene la culpa, nadie puede ayudarme.
Te pido que me perdones compañero, y que le digas al Sargento que mañana no podré ir a trabajar.
Un abrazo."
Cuando termino de leer las dos últimas palabras de la carta, el reloj marca las siete de la mañana. Estoy en casa de José, intentando comprender la realidad que mis ojos tratan de traducirme, pero no lo consigo. Cojo el teléfono y llamo al Sargento. Y al observar el cuerpo inerte de mi compañero, una lágrima en la mejilla me susurra que quizás, "un abrazo" le hubiera ayudado.
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