Está jugando con sus amigos en el parque feliz porque, después de tres rondas, por fin le toca esconderse. Le encantan las mates y en los cumples siempre es el que con más ganas juega, ¡tienes que ver cómo se le iluminan los ojos! La secundaria está siendo más difícil de lo que pensaba, las matemáticas son tan extrañas que le cuesta aprobar y, para colmo, sus amigos ya han hecho un grupo y él todavía no. Tiene pesadillas cuando cae rendido sobre el colchón de su piso de alquiler, con otro día de trabajo mal pagado, de ansiedad silenciada. Se levanta cansado, como siempre, dándole vueltas a la idea que en su cabeza lleva rondando ya unos meses pero que es incapaz de exteriorizar por el terror que le provoca solo la palabra suicidio. Ya no aguanta más. Por suerte, entre tanta miseria discierne un poco de luz cuando consigue ver a su padre llorando por él, a sus amigos de siempre intentando localizarle, a su psicóloga en busca de soluciones para él...
Mientras tanto, los ojos de un chico arrepentido de haber saltado se abren en busca de algo a lo que aferrarse, pero ya es tarde.
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