El escritor buscó entre sus personajes al sicario más económico. Al día siguiente le dejó el mensaje en la casilla de correo que había tenido en aquella novela.
El asesino acudió puntualmente. Por costumbre palpó su 32 corto bajo la chaqueta, antes de sentarse. Un jerez amenizó el encuentro.
- Quiero que me mate, sentenció el escritor.
- Vaya coincidencia, yo venía a pedirle que me mate usted a mí, con su teclado como arma, claro. Esto del sicariato me tiene harto y mal pago.
La salida del mercenario lo sorprendió.
- Un momento, el autor soy yo y usted hará lo que le indico. Es sólo una cuestión de estructura narrativa, que haya que pasar por esta escena.
- Y esta escena es propiamente la que está escribiendo, señor. Me citó a mí, su asesino con peor puntería. ¿No le dice nada esto? ¿Y el hecho de que sigue golpeando teclas mientras le hablo, y cada vez de ubica más lejos de su objetivo?
- Es que entiéndame, las palabras se me han vuelto locura.
- Pues siga así. Ponga: familia, amigos, música, medicación, arte, ejercicio, terapia, agua. Y no le digo más porque se me agotan las palabras.
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