Estaba tumbada en la playa cuando me llegó una voz aguda desde la otra tumbona: "soy esquizofrénica". Lo dijo dirigiéndose a mí, sin miedo. "Necesito hablar de lo que soy con extraños para asumirlo, me lo dice mi nuevo terapeuta, es parte del proceso". Yo la escuchaba poniendo mi cara más comprensiva y veía sus dedos enroscarse entre sí. "No soy agresiva". Lo decía a modo de disculpa, parecía que hubiera adivinado mi temor por ella. "Si pudiera expresar más mis sentimientos, mi vida sería más tranquila y no necesitaría equilibrarme". Al tiempo que hablaba se había ido quedando en un bañador de mil colores. "Tengo que asumir mis brotes, para alejar el suicidio". No le importaba mi silencio para seguir hablando. "Empecé a desdoblarme con dieciocho años, ahora ya tengo cuarenta y cinco" Sentí una enorme ternura, me acerqué a ella y la abracé. Luego salió corriendo con zancadas cortas, moviendo su cuerpo obeso para bañarse. La vi disfrutar jugando con las olas, mientras yo me preguntaba si no tendremos todos un pequeño trastorno mental, pero nos falta la valentía de asumirlo.
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