Mi vida nunca ha sido interesante.
De pequeña quería ser veterinaria, de adolescente estrella del rock y de mayor quiero volver a ser pequeña.
La infancia está cargada de los momentos que van a construirnos; un sándwich de chorizo en el parque, un paseo de la mano de tu madre, un abuso sexual infantil, unos lloros incomprensibles, una niña que cambia su personalidad de la noche a la mañana. Una niña llena de "¿Por qué?". Llena de apego evitativo y miedo al abandono.
Pero la niña acaba siendo adulta e ignora todas las señales que pueden indicar peligro. La niña va descalza pisando cristales porque es lo que tiene que hacer.
La niña ya no es una niña y el deseo sexual es más grande que los monstruos que la acompañan. La niña intenta morir.
Y aunque parezca el final de la historia, realmente no haber muerto no es más que el principio.
El principio de la terapia, de las conversaciones incómodas y de los aprendizajes reales. El principio de decir "te quiero" sin miedo. El principio de mirar a los ojos cuando se habla porque se siente cómoda.
Mi vida nunca ha sido interesante, ha sido una realidad más.
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