Una losa cayendo sobre ti. Sentimientos del pasado que se acercan de frente y no puedes esquivar. Inseguridades y miedos. La ansiedad que te impide llenar tus pulmones, aunque ese aire esté cargado de oxígeno. Sintiendo que absolutamente todo está en tu contra, que el cristal se va rajando hasta que al final explota y todo se hace mil cien pedazos. Soledad. Todo se hace añicos. Nuestro corazón reflejado en ese cristal, destruido por completo. En una décima de segundo todo está perdido, todo aquello que te ha costado años construir. Llega el duelo, con su manto negro que lo cubre todo. Ese proceso tan duro es como subirse a la montaña rusa. Vértigo, subidas, bajadas y calma. Esa calma que deseas con todas las fuerzas del mundo y que tanto tarda en llegar. Pero llega. Llega cuando esa mano que nos acompaña nos ilumina y nos ayuda a conseguir el pegamento más potente para reconstruir nuestros mil cien pedazos, porque a través de ese cristal que un día estuvo destrozado también pasará la luz, formando el más hermoso arco iris.
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