Doña Marisa me ha pedido que escriba las historias que me pasan. Esta mañana han venido a buscarme, la vecina les ha llamado por teléfono. Siempre hay personas en mi casa. Les pregunto quiénes son y qué quieren, pero no me contestan.
Aquí no necesito ropa, me han dado un camisón que se cierra por detrás. No hay forma de ponerme el pijama, las dos piernas quieran entrar por el mismo camal. Lo mismo pasa con los calcetines y los zapatos, los dos pares quieren colocarse en el mismo pie. Por eso voy descalzo y enseñando el culo.
Opina doña Marisa que las cosas que escriba, si son manías y miedos míos, desaparecerán de mi cabeza. Le he preguntado si las personas que lean mis historias se pueden contagiar. Dice que no. Ella es psiquiatra y en mi ficha ha puesto que tengo una enfermedad mental grave que afecta la forma en que pienso, siento y me comporto.
Tengo que terminar de escribir y esconder la libreta; la habitación se ha llenado de gente. Voy a meterme en la cama y hacer como que duermo, a veces prefiero los bichos que recorren mis brazos antes que estos hombres silenciosos.
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